El rey castellano Fernando III el Santo no pudo derribar las murallas que protegían la fabulosa capital del reino de taifa hispalense.
Tuvo que someter la ciudad por asedio; tras ser reconquistada en 1248 las murallas musulmanas quedaron en pie y siguieron defendiendo a Sevilla de sus enemigos, de las crecidas de las aguas del Guadalquivir, de las epidemias. Bajo sus puertas imponentes pasaban las cabalgatas reales y se pagaban impuestos y almorifazgos.
Aunque fueron derribadas en los ensanches del siglo XIX gran parte quedó oculta en las añosas casas apoyadas en ellas. Y tras siglos de misterio, como aquí ha ocurrido, aparecen de nuevo a la luz.
Usted se halla sentado junto a las Atarazanas Reales, cerca del Arco del Postigo del Aceite, frente a uno de estos lienzos del pasado desde el que más de ocho siglos le contemplan.
Mire esos muros realizados de tapial y argamasa, cantos rodados, arena, cal; compactos, de enorme resistencia. Son los mismos que no pudieron abatir los caballeros cristianos, son aquellos que tuvieron que abandonar los Almohades añorando alcázares de oro, fuentes de luz, palmeras y alminares…
Se halla en un espacio fascinante ¡Arenal de Sevilla! Donde los galeones de Indias cargados de riquezas, frente a las míticas murallas, recuperadas hoy tras la última reforma para que, al adentrarse en el renovado comedor del Restaurante La Isla, forme también usted parte de nuestra Historia.
Ignacio Trujillo.
Historiador
